11 nov 2014

LA ACTITUD DEL TERAPEUTA.

¿Cuál es entonces la actitud apropiada que hay que desarrollar para que el corazón del terapeuta esté a la altura de la tarea que él mismo se ha fijado?

Está en la búsqueda constante de la Onda divina presente en todo, y no en esa dualidad sutil que alimentamos cuando pasamos de cinco minutos de silencio a cinco minutos de meditación, con la esperanza de volvernos a centrar.

Está en la instalación progresiva de un estado de espíritu que hace que todo, absolutamente todo, se vuelva meditación, es decir, relación apacible y amorosa con la Presencia de Luz en cada una de las formas de vida que encontramos. 

Se trata aquí de un ideal, cierto, pero de un ideal que no debemos tener miedo de poner frente a nosotros y que puede ser más fácil de abordar de lo que pensamos, en cuanto la compasión nos anima… y no la búsqueda de un poder.

"Lo Sagrado habla siempre por Sí mismo; no necesita que Lo señalemos con el dedo, que Lo comentemos o Lo demostremos. Lo Sagrado es y se expresa con Su sola presencia, sin que sea necesario el bordado de las palabras y de las frases; le murmura simplemente al alma: No digas nada, ábrete y escucha…"


En el corazón mismo de la actitud y de la comunión con lo Sagrado que esta implica, se encuentra inevitablemente la humildad, una virtud difícil de mantener cuando se obtienen los primeros resultados alentadores.

Si comprende esto, el terapeuta se dará cuenta de que siempre es alumno, es decir, que siempre está “en cantera” y maravillado ante el prisma de la Vida que se despliega sin cesar.

¿Qué más añadir a eso? El abandono, evidentemente, esa especie de distensión de la voluntad que hace que, más allá de la intención del que sana, no hay lugar para la crispación, para la apropiación personal de un resultado prometedor o para la impaciencia.
Si unimos compasión, humildad y abandono, llegamos a una especie de ecuanimidad y de transparencia amorosa, un estado de ser que permite actuar a la vez horizontal y verticalmente.

"Jamás se retiene la Luz dentro de uno mismo. Se la invita, se la deja actuar, visita todos nuestros recovecos, siembra a veces la confusión, sobre todo la confusión, y después le decimos: “Dispón de mí, estás en tu casa…” ¡pero nunca la retenemos! 
El océano no pertenece a sus olas.”

La Morada del Resplandor
De Daniel Meurois

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